El oscuro secreto de la virgen de las mercedes


Justo en el corazón de la República Dominicana hay una zona montañosa desde la que puede vislumbrarse el Valle del Cibao. En la cima yace un hermoso templo erigido en honor a la Virgen de las Mercedes, santa patrona de Santo Domingo. Un lugar de peregrinación en el que muchos creyentes aseguran haber presenciado manifestaciones divinas, conocido por todos como el “Santo Cerro”.
     Cada 24 de septiembre cientos de creyentes se encaminan a la cima, donde la mayoría sabe que “ocurrió un milagro”, aunque muy pocos conocen (o desean conocer) los detalles, tales como que justo allí se libró una batalla y que “La Virgen” colaboró con el bando español para robarles la tierra por la fuerza a los aborígenes locales, tierra rica en oro, oro que, quizá, sería empleado para erigir más templos o, tal vez, para satisfacer el ego de los conquistadores.
https://listindiario.com/ventana/2017/12/31/496665/la-vega-ciudad-de-los-museos

Los hechos

A finales del siglo XV la isla “Española” no solamente era una fuente que parecía inagotable de oro para España, sino que era el centro de actividades de la corona europea en la recién descubierta América. Por años, los autoproclamados “conquistadores” embaucaron y utilizaron a los nativos como mano de obra en situaciones extremas para conseguir el preciado metal que, para los inocentes aborígenes, ajenos a la avaricia del viejo mundo, tenía cuando mucho un valor cosmético.
     Pero no todos los líderes taínos tenían la pasividad de Guacanagarix, quien había recibido con los brazos abiertos a Colón en 1492 y que lo siguió apoyando, indiferente ante el descontento de su gente. Se habían desarrollado revueltas con muertes en ambos bandos, dirigidas en su mayoría por el líder Caonabo, uno de los caciques más importantes y venerados de la isla, razón por la cual, los esfuerzos del Almirante y su séquito se centraron en capturarlo, convencidos de que esto apaciguaría a los nativos, sin mencionar el incentivo del mayor yacimiento de oro que, según se decía, se encontraba en el territorio de Caonabo.
     Tras haber apartado a su rival de en medio, Colón marchó por aquellas tierras junto a 200 soldados de infantería y 20 jinetes armados, acompañado de perros y todo un ejército proporcionado por el Cacique Guacanagarix, quien ya era considerado un traidor por los demás regentes. Iban por el premio gordo: el oro de Caonabo. 
     Atravesaron el cacicazgo de Maguana guiados por los nativos aliados hasta que el atardecer los sorprendió a los pies de una montaña, la que decidieron escalar por seguridad. Cuando alcanzaron la cima se maravillaron ante el horizonte que les mostraban los últimos rayos de sol. Divisaron los hermosos rincones de un verde valle. 
A la mañana siguiente, la escena fue mucho menos acogedora.
     La luz del alba del 14 de marzo de 1495 hizo temblar al Almirante y su grupo. Centenares de indios se habían acumulado a los pies de la montaña. Según se cuenta, eran tantos que llegaban hasta donde alcanzaba la vista. Las fuerzas de Maniocatex, el hermano de Caonabo, y del cacique Guarionex se habían unido con el fin de liberarse de una vez por todas de la plaga europea que amenazaba con exterminarlos.
     Los españoles eran mucho más evolucionados en el combate. Con sus armas de fuego y estrategias lograron hacer frente durante varios días a las rudimentarias armas de los nativos. Sin embargo, la desventaja numérica empezó a diezmar al bando de Colón, hasta tal punto que para la noche del 25 de marzo eran solo un puñado de hombres. 
     Ante la proximidad de la derrota, Colón y sus hombres más cercanos se atrincheraron en una fortificación que levantaron en la cima, junto a una cruz de madera de níspero que había ordenado colocar el Padre Juan Infante, de la Orden de los Mercedarios y confesor del Almirante. Sin duda fue una noche funesta para los españoles, cargada de incertidumbre y hedor a muerte.
     Sin embargo, para sorpresa de Colón, cuando sacó la cabeza de su fortaleza improvisada los nativos se habían ido, permitiéndole regresar a salvo, reunir una fuerza mayor y desencadenar tanta brutalidad que, en un tiempo récord, de los nativos de La Española sólo quedaron los recuerdos.

El “milagro” del Santo Cerro

Según el Padre Juan Infante, la clave de su supervivencia fue la intervención de su “Santa Patrona”, la Virgen de las Mercedes, en honor a la cual habían levantado la cruz de níspero que, al igual que ellos, quedó ilesa. Incluso afirmó haber visto a la propia virgen, toda henchida de luz impoluta, posada sobre la cruz, expulsando a los indígenas que intentaban defender su tierra.
https://www.verpais.com/republica+dominicana/la+vega/santo+cerro/foto/38495/
     Hoy en día la mayoría de los historiadores tienen versiones menos fantásticas. 
     La antropóloga Lynne Guitar en su artículo “¿Qué pasó en verdad en el Santo Cerro? Origen de la leyenda de la Virgen de las Mercedes” sugiere un final mucho más plausible. Según la experta, el fin de la batalla fue una cuestión de percepción. Ambos bandos se creyeron ganadores. Los nativos vencieron a la mayoría de sus rivales y no consideraron necesario exterminar al puñado que se había escondido, quizá por piedad o, tal vez, por la propia idea aborigen de la victoria, que no consideraba necesaria la brutalidad para imponerse. Por otro lado, los escasos españoles que se habían escondido se creyeron ganadores porque sobrevivieron, porque en su idea europea de la victoria estaba el exterminio.
     Sin duda, la mayor dificultad para desentrañar los secretos del asedio del Santo Cerro es que sólo tenemos la versión contada por uno de los bandos.
     Pero, si nos ceñimos a la versión popular en la que la Virgen de las Mercedes intercedió por el bando español, permitiéndoles replegarse y reunir la fuerza suficiente para exprimir a los nativos hasta que no quedó nada de ellos, podemos llegar a la inquietante conclusión de que, quizá, el cielo no es tan justo como esperábamos.
https://listindiario.com/elnorte/2010/02/12/131247/el-santo-cerro-lugar-historico-en-la-vega
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Comentarios

  1. La ignorancia del "creer" es un veneno para la inteligencia . Hay que saber más y creer menos (o mejor, nada).
    Buen artículo colega.

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